jueves, 20 de noviembre de 2014

Llega de nuevo la sensación de apatía, de dejadez y abandono total, desinterés por todo. Los días de lluvia llegan de nuevo y me descubro escuchando el viento golpear contra mi ventana, viendo como los árboles se mueven de un lado a otro, doblando sus ramas hacia los lados, como si las mismísimas olas del mar los meciesen y amenazasen con llevárselos a alguna otra parte.
Hace frío y ya sale humo de las chimeneas, el turrón vuelve a aparecer en los anuncios televisivos como cada año y sospecho que las calles no tardarán demasiado en volver a estar repletas de pequeñas luces, la navidad llega otro año para recordarnos lo triste que es dejar de creer en la magia, recordarnos que nada va a cambiar ese día, que todo seguirá igual que siempre.
El vacío de los días aumenta a medida que la fecha se acerca, desearía parar el tiempo, que el reloj se detuviese justo en este segundo, no llegar a ver las ruinas de lo que en su día fue una navidad de verdad, de esas en las que no paras de sonreír porque eres lo suficientemente pequeña como para no ser consciente de nada. Pero las cosas cambian, maduras, tomas cierta perspectiva y empiezas a ver algunos fallos, pequeños defectos sin importancia, el tiempo pasa y los defectos aumentan, llega un día en que no recuerdas las cosas buenas, dejas de verlas y empiezas a creer que no existen, que tal vez lo malo siempre estuvo por encima y tú no supiste darte cuenta, la ilusión da paso a la decepción, y te rindes sin más, dejando atrás todo lo bueno, dándote cuenta de lo efímeras que resultan las cosas buenas y lo poco que sabemos valorarlas.




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