viernes, 28 de noviembre de 2014

Cold November

Me gusta noviembre, el frío, la lluvia y el chocolate caliente en las tardes de domingo. Resulta interesante lo idílico que parece todo antes de vivirlo, el modo en que se idealiza un mes, un simple mes más, el número once de doce, ese que parece mejor cuando lo pintan como el mes oficial de las tardes de mantita y sofá en buena compañía. Prefiero la borrasca, la abrumadora realidad, la tormenta. No me gusta cerrar los ojos y fingir no ver los problemas, me gusta verlos y saber reaccionar, saber asumir las cosas y pensar que de todo se aprende, que cuanto más llueva hoy menos va a llover mañana, porque a base de decepciones te haces fuerte, y a mí ya me tocaba. Tener la certeza de que todo lo malo viene acompañado de algo increíble, que las cosas hoy parecen muy oscuras pero mañana todo puede cambiar, que al fin y al cabo nada termina siendo lo esperado. Pero la realidad es que a mí sí me gusta la lluvia, sentir las diminutas gotas escurriéndose por mis mejillas y pensar que puedo con todo, que esto solo puede significar que algo mejor está por llegar, y no dudo de ello ni un solo segundo. En eso consiste la vida, en darse cuenta en lo bonita que es la lluvia descendiendo lentamente por tus mejillas una tarde de noviembre.



Siempre me gustó patinar, y la sensación de libertad cuando el viento te golpea en la cara, es lo más parecido a volar que he probado nunca. Las ruedas se mueven bajo tus pies y sientes que tienes el control, por un momento tienes el control absoluto, y lo disfrutas, respiras profundamente, cierras los ojos... Simplemente el equilibrio perfecto.
Ojalá pudiese encontrar el equilibrio perfecto en mi vida, para así controlarlo todo y ser capaz de volar bien lejos.



miércoles, 26 de noviembre de 2014

Recorres la habitación de un extremo al otro, sin parar ni un segundo, sin ser consciente de lo que pasa, totalmente en blanco. La recorres una vez tras otra, mientras en tu cabeza sólo aparece un pensamiento, único y persistente, ese que ya no te abandona ni en sueños, esa angustia permanente que te oprime el pecho como una pesada losa, recordándote todo el tiempo la realidad, sin dejar que te evadas ni un solo segundo.

Pese a eso sigues adelante, sonriente, luchando contra algo que intenta hundirte. Tal vez por eso ha dejado de importar ya lo que digan los demás, lo que piensen o lo que susurren a tus espaldas cuando te ven pasar, tu lucha interna es más importante que lo que dos, cuatro o diez idiotas opinen sobre ti, sabes cómo eres y al fin te sientes a gusto, lo aceptas, lo asumes sin más, tienes cosas más importantes en las que pensar que los comentarios absurdos de personas necias que tal vez sólo hablen desde su envidia y no tengan siquiera el valor de decirte las cosas a la cara, personas que sólo saben apuñalar sigilosamente por la espalda, mientras no puedes verlos, personas cobardes.

Entonces levantas la cabeza y caminas con ella bien alta, y cuando te ven te señalan insinuando que está mal, porque en esta sociedad se pisotea a las personas, se las hace añicos hasta lograr que caminen con la mirada fija en el suelo y arrastrando los pedazos que les quedan de autoestima, incluso ocultándolos para que nadie los considere nada, para ser simplemente invisibles, para dejar de escuchar esos susurros que te taladran los oídos y se repiten una vez tras otra en tu cabeza. Susurros sin sentido de personas que se suben la autoestima bajándosela a los demás, hundiéndolos. ¿Vas a dejar que te hagan lo mismo? Tú vales más que unos ridículos susurros a tu espalda.



domingo, 23 de noviembre de 2014

Cuando era pequeña solía pensar que el amanecer era algo mágico, que la luna desaparecía sin más y el sol salía de pronto. Recuerdo esas noches en las que intentaba quedarme despierta todo el tiempo que podía para intentar verlo salir, para descubrir qué pasaba en ese momento, era algo que realmente me fascinaba pero nunca conseguía ver. Nada sabía entonces de las largas noches sin dormir, solo pensando, y de lo duros que eran los amaneceres que venían después, unos amaneceres que de mágico no tenían mucho, y que daban paso a largas mañanas de ojeras y mala cara. Siempre había sido del todo ajena a esos amaneceres más oscuros que la misma noche y en los que el sol no aparecía por ninguna parte, esos en los que ningún consuelo era suficiente para llenar tanto vacío incomprensible, en los que te sientes sola estando rodeada de gente y sientes que nada es de verdad, que todo es falso y todos te mienten o te acaban fallando, que simplemente la mejor solución es no confiar para así no salir herida.
Nada es así, nunca es todo tan blanco o tan negro, tan bueno o tan malo, sólo dependerá de la perspectiva, del ángulo, del enfoque. Siempre hay algo bueno en todo lo malo o algo malo en todo lo bueno, nada es perfecto, aunque pueda parecerlo, ni existe tampoco una mala situación de la que no se pueda sacar algo bueno. Hay que centrarse en eso, en las cosas buenas, por pequeñas que sean, ese es el único modo de seguir adelante.


jueves, 20 de noviembre de 2014

Era tan bonito cogerte la mano,
bonito por el mero hecho de tenerte
ahí, a mi lado,
sonriendo.

Añoro los abrazos inesperados,
las caricias contenidas y
los susurros al oído,
en noches robadas
de historias de libro.

Y es que no había momento
tan perfecto e intenso
como el que estaba ahí,
contigo.

La rutina de reír a carcajadas
amanecer a tu lado
y pensar en lo efímero de todo
viendo tu cara mientras dormías.

Lograbas que todo brillase,
tocabas a la perfección las teclas,
accionabas el mecanismo mágico
del que ya eras dueño.

Y ahora que no estás
no me sabe bien el invierno,
se respira el frío 
y no estás tú para calmarlo,
los recuerdos golpean
las calles vacías 
de mi memoria,
donde aún somos nosotros 
los dueños del mundo,
donde la vida 
no puede ni podrá
alcanzar a separarnos.


Llega de nuevo la sensación de apatía, de dejadez y abandono total, desinterés por todo. Los días de lluvia llegan de nuevo y me descubro escuchando el viento golpear contra mi ventana, viendo como los árboles se mueven de un lado a otro, doblando sus ramas hacia los lados, como si las mismísimas olas del mar los meciesen y amenazasen con llevárselos a alguna otra parte.
Hace frío y ya sale humo de las chimeneas, el turrón vuelve a aparecer en los anuncios televisivos como cada año y sospecho que las calles no tardarán demasiado en volver a estar repletas de pequeñas luces, la navidad llega otro año para recordarnos lo triste que es dejar de creer en la magia, recordarnos que nada va a cambiar ese día, que todo seguirá igual que siempre.
El vacío de los días aumenta a medida que la fecha se acerca, desearía parar el tiempo, que el reloj se detuviese justo en este segundo, no llegar a ver las ruinas de lo que en su día fue una navidad de verdad, de esas en las que no paras de sonreír porque eres lo suficientemente pequeña como para no ser consciente de nada. Pero las cosas cambian, maduras, tomas cierta perspectiva y empiezas a ver algunos fallos, pequeños defectos sin importancia, el tiempo pasa y los defectos aumentan, llega un día en que no recuerdas las cosas buenas, dejas de verlas y empiezas a creer que no existen, que tal vez lo malo siempre estuvo por encima y tú no supiste darte cuenta, la ilusión da paso a la decepción, y te rindes sin más, dejando atrás todo lo bueno, dándote cuenta de lo efímeras que resultan las cosas buenas y lo poco que sabemos valorarlas.