Me piden que hable de frío
y recuerdo cuando eras verano
e iluminabas aquella escalera hablando de cosas irrelevantes
y mirándome
como quien mira la felicidad
teniéndola en la palma de su mano.
El frío era bonito en Diciembre
pero solo cuando eras refugio
y no tormenta,
o herida,
que todavía escuece.
Un día de Septiembre caí
y me quedé en el suelo,
como una niña con las rodillas raspadas
esperando una palabra de consuelo
que nunca era suficiente.
Me perdí intentando encontrarme
y los versos se volvieron turbios,
las noches ladas,
los pinchazos agudos.
Pero tú aún eras tú
y mis rodillas ya estaban marcadas.
Si, hubo alguien que me hizo caer,
pero primero me llevó a lo alto de sus ojos
y juró quereme a voz en grito,
con sonrisa de pillo y piel de gallina.
Lo repitió una vez tras otra
susurrando en mi oído
que lo bonito del frío
era verme bajo su cazadora
con una sonrisa en los labios
y ganas de comerme el mundo.
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