Miro la taza de café,
y me hundo en su oscuridad.
Café cargado,
sin azúcar,
amargo como la vida
oscuro como la noche,
veneno puro
corriendo por mis venas.
Siento el desplegar
de sus alas,
me envuelven,
me traen de vuelta,
me doy de bruces.
Los recuerdos no se hunden,
su mirada sigue ahí,
palpitante,
mi peor pesadilla.
Y deja de importarme todo
menos él,
total indiferencia,
solo el frío,
como el del café
que finalmente me bebo,
lo trago
y me abandono
de una vez por todas
a lo amargo de la vida
y lo oscuro
de las noches de diciembre
con sus ojos tan lejos como la luna
y tan fríos ahora
como el hielo,
quemándome lentamente.
Yo me lo he buscado,
quise a lo efímero
de tus ojos
que el invierno se ha llevado.